martes, 13 de enero de 2015

Tú a rastras.

 Si ya sé que es culpa mía, que te quiero a destiempo y a medio gas. Y con el corazón en la trinchera y con demasiado cuidado, muy bajito, no vaya a ser que me notes la dependencia, no te vaya a molestar.

Si tienes todo el derecho a odiarme, eso no te lo voy a discutir. Que es cruel para el anfitrión esto del turismo emocional pero lo prometo, no es capricho, es miedo nuclear. Me sale como una fisión del pecho cuando me miras fijo, que no sé por donde escapar, y me inmolo, y claro, a ti te saltan los pedazos, y normal, te cabreas porque te vuelvo a manchar, lógico.

Si es que yo me estaba dando la vuelta ya, pero en esas me dio por mirar atrás y atrás estabas tú, siempre estás tú, y debe haber en tus pupilas como un imán que...total, que volví sobre mis pasos, o sobre mis tropiezos, no sé. Y mira que me repetí que este era el regreso definitivo, que ya no me iba a marcar otra a lo Rolling Stones, que te juro que de verdad llevaba toda la intención...

Si es que no te lo vas a creer, pero hasta que abriste la puerta lo tenía todo bajo control: que si le voy a querer bien, porque quiero y porque puedo; que si puedo estar sin ir él pero con él estoy mejor, así que qué dependencia ni que niño muerto; que lo del numerito de la novia kamikaze lo hacía otra, que yo ya no; una maravilla, oiga. Una suficiencia emocional digna de admirar.

Pero abriste la puerta, a sabiendas de quien llamaba, de que hay muchx niñatx gastando bromas por los portales y ¡bum!, salté por los aires. Nada más verte, salté por los aires. Y tú, que eres tan observador, lo notaste. No pude disimularlo, claro, ya te había puesto la camisa perdida.

Y otra vez nos fuimos al carajo. Yo liderando la expedición. Tú a rastras, con fugas de fe y amor propio por todas partes.

No hace falta ni que lo digas, ya me voy yo solita a donde quieres mandarme. Si ya sé que me lo merezco... 

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