sábado, 17 de enero de 2015

Aprender a marcharse

Cuando muera,
que podría hacerlo en cualquier momento
                                                                              [no seré yo la impertinente con las Moiras,

cuando muera quisiera  que   mis    latidos      se      fueran         espaciando           lento,

para poder despedirme con la calma de la eternidad plácida
de todo lo que he amado.

Es raro, pero ahora quisiera morir despacio,
recreándome en el poder y la magia que entraña esta finitud nuestra.

Quisiera aprender en algún momento a marcharme de los sitios sin prisa,
y dicen que nunca es tarde si la dicha es buena.

Si pudiera elegir,
escogería apagarme como los rescoldos de una hoguera grande,
alrededor de la que se ha calentado el alma mucha gente buena
el tiempo que sus llamas se hayan adherido al oxigeno en la noche más larga,
la noche en la que arden las decepciones y las derrotas
y el calor se transforma en sueños renovados y resurge la fe en un dios que quizás esté ahí
o quizás esté en otro cielo, quién sabe, en Marte,
velando por seres menos arrogantes.

Me gustaría arder, puestxs a pedir, en un pico alto que acaricie el cielo
y el silencio sacro.
Si, querré silencio,
querré escuchar al fin.

Con mis huesos se consumirá el ego
y serán ceniza las absurdas ambiciones mortales, la necesidad de aprobación de nadie.
Habrá tiempo para acompañar los ecos sin el ruido molesto y constante de un reloj.

Querré además que a ese pico, mi lecho rocoso,
lo cubra el musgo empapado de vida en primavera
y la nieve revitalizante en invierno,
y que a pesar de todo, de la evolución de mi materia en polvo,
sienta de vez en cuando
el escalofrío de la vida por mi espinazo etéreo.

Si de mi dependiera,
al morir me velarían los grillos y las salamandras y mientras
vosotrxs no dejaríais de celebrar la vida en algún lugar hermoso,
cerca del mar y del cielo,
un lugar de esos que al recogerte
consiguen hacerte sentir diminutx,
ponerte en tu sitio en el/los universo(s) sin que dejes por ello
de saberte valiosx,
                                                         [hermosx
incluso a un nivel microscópico.

Pediría que permanecieseis juntxs aún a miles de kilómetros,
sabixs,
conscientes de que cada latido avala que sois en esencia un milagro cósmico,
que ignorar vuestra fuerza es profanar la naturaleza,
que estar perdidxs no os da derecho a confinar vuestros dones.

Comprenderíais que al final las ausencias se tornan tesoros hondos, 
antiguos,
y no espacios en blanco,
que el dolor se forjó para romper vuestros límites y expandir vuestra mirada,
no para achicarla.

Pediría, en definitiva,
que el resto del camino siguierais con la sonrisa irrevocable
y el corazón por delante.  

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