domingo, 21 de diciembre de 2014

La Hoguera

Hizo borrón y cuenta nueva. Quemó todos sus bártulos. Cada diario, cada camisa; hasta las toallas de mano. Qué reconfortante, quemar. Sin caer en la piromanía. ¡Qué balsámico el fuego! Sentía como si sus sueños de juventud se hubiesen traspapelado entre facturas y planos. Su inocencia, extraviada. Su curiosidad, cogiendo polvo en algún cajón. Se sentía esclavo de un pasado ya inevitablemente vivido. Y todavía no alcanzaba los veinte. ¿Sería siempre así? ¿Un progresivo deterioro de sus principios, ilusiones, ideales...? ¿Cómo aguantaban los demás? ¿Cómo habían pasado de los cuarenta? Le parecía un reto inasumible sin drogas. Y así, atracó su primera farmacia. Así eludió su libertad, abdicó de su libre albedrío dejándose caer en uno de los muchos porvenires posibles, sabiéndose un ser totalmente gratuito, milagrosamente no extinto, vendido a la posibilidad permanente de dejar de ser.

Constantemente se producen y se destruyen cosas en el universo. Aquella noche de San Juan, ardió mucho más que madera y malos recuerdos. Ardió en una sobredosis infinitesimal el hijo de nadie, el amigo de todos. Ardió como un mar en calma, cerrando el círculo de su despedida en otra pira.

No hay comentarios:

Publicar un comentario