jueves, 25 de diciembre de 2014

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Su interés por las vidas ajenas era, cuanto menos, preocupante. ¿Por qué sería que siempre le obsesionaban la vitalidad y la alegría del resto de humanos?

¿Por qué sería, que desde aquel verano en que una cámara había llegado a sus adolescentes e impecables manos (de quien nunca ha escalado un árbol o sufrido un esguince intentando saltar por encima de sus posibilidades) no había podido parar de apretar el obturador? Una imagen para cada instante. Una obsesión para cada segundo: unas manos, el trasiego del centro, una rama...

Cada detalle del mundo le intrigaba sobremanera. No había un átomo del planeta que no le plantease un millón de incógnitas. Quizás por eso creció tan llena de dudas, con la única certeza de que si algo existía su cámara lo aprehendería, aunque luego ella tardase siglos en descifrarlo.

La sorpresa es, al fin y al cabo, una actitud vital, y ella jamás pareció haber superado ese estado de perplejidad primigenia.

Hasta que su objetivo se topó, claro, con ELLA.
Y todas las preguntas se concentraron en torno a sus pupilas.
Y todas las respuestas fueron a dar a su boca.

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